El triste narcisismo de los ejecutivos que cuentan sus pasos
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
Durante una larga reunión el otro día, noté que mi vista se dirigía a las muñecas de otras personas en la mesa. En el brazo ligeramente bronceado de la mujer a mi lado había una banda de goma roja.
El hombre junto a ella llevaba un Apple Watch, mientras que su vecino tenía un brazalete gris de plástico que salía por debajo del puño de su camisa. Al revisar los brazos de quince importantes personas de negocio, conté nueve Fitbits, Jawbones y otros dispositivos que graban con fidelidad cada paso que dan sus dueños.
Al final de la reunión me paré al lado de dos personas cuyas muñecas “retro” estaban sin adorno. Qué alivio, dije, encontrar que yo no era la única sin interés ninguno en monitorear cuántos pasos doy durante el día.
Una de ellas respondió que tenía una aplicación en su celular que hacía precisamente eso. La otra me aseguró que llevaba su Fitbit en la ropa interior, o así lo hacía hasta que se cansó de tratar de sacarla cada vez que pasaba por la seguridad de un aeropuerto.
De todas las modas ejecutivas, contar pasos es la más desconcertante. Yo sé cuándo estoy activa y cuándo no. Yo sé si me he pasado el día entero sobre mi trasero comiendo pasteles y no necesito una correa de plástico me lo recuerde.
Pero la moda por los dispositivos de vestir no para. Ahora hay calcetines que graban cuánto uno corre, y la semana pasada fue noticia que la moda ya llegó a las vacas, las más elegantes de las cuales llevan bandas alrededor de los cuellos y patas.
Un compañero columnista de Financial Times, un hombre con un título de primera clase de una prestigiosa universidad, es un entusiasta contador de pasos. Insiste en que la aplicación le ayuda a formar mejores hábitos. Cuando quiere subirse en un taxi, le anima en vez a caminar. Y entonces, cuando ha cumplido con su meta diaria de 10.000 pasos, se va a la cama sintiéndose totalmente satisfecho.
Yo le comenté que ya estaba en perfectas condiciones. Es un hombre delgado que juega mucho tenis. ¿Y si quería sentirse más virtuoso al final del día, no sería mejor tener una aplicación que contara cuántas veces ayudaba a ancianas a cruzar la calle, o cuántas cosas interesantes había leído? Se puso momentáneamente cabizbajo, pero entonces se fue caminando mientras movía los brazos con vigor.
Una mujer que conozco que dirige una pequeña empresa ha ido más allá. Repartió Fitbits subvencionados a su equipo de 30 trabajadores y los anima a compartir su cuenta de pasos y competir para ver quién camina más cada semana.
¡Terrible!, dije. ¡Siniestro! ¡Divisivo! Ella protestó que a nadie se le obligaba a participar. Todo lo que ella estaba haciendo era ayudar a que su personal fuera más saludable, y a la vez apelar a sus instintos competitivos. ¿Qué tenía eso de malo?
Lo que está mal, le contesté, es que ella no debería estar obligando a sus empleados a adoptar su tecno-narcisismo. No hay ninguna superioridad en caminar mucho. Una oficina donde una persona que ha caminado 11.000 pasos se siente capaz de dominar a una que sólo ha cumplido 4.500 no es un lugar donde yo quisiera trabajar.
Nos miramos con mutua incomprensión.
Pensándolo más, he encontrado seis aspectos más que no me gustan de esta moda. Primero, es pesada y aburrida. El número de pasos que alguien ha caminado en un día no es interesante.
Segundo, la calidad de los datos es pobre, e incita a hacer trampa. Los dispositivos en la muñeca responden al vaivén de los brazos, así que si uno se pasa una hora rasgueando la guitarra el dispositivo va a pensar que ha caminado muchas millas.
Tercero, es un triste tipo de símbolo de status que dice: Yo estoy al día, yo estoy en forma; y es una invitación a que los individuos con muñecas desnudas se sientan fuera de moda y fuera de forma.
Aún peor, hace que quien los usa se comporte como lunático. Yo conozco a alguien que sale a las 11:30 de la noche los días que no ha logrado su meta y marcha de arriba abajo por la calle de su elegante barrio de Silicon Valley, donde se encuentra con muchos otros fanáticos haciendo lo mismo.
Estar con alguien con un Fitbit es como estar con un drogadicto que necesita una dosis.
Hace unas semanas estaba con un hombre cuyo dispositivo se había quedado sin batería y cuando caminábamos por la calle parecía adolorido. Caminar ya no significaba nada para él: si no estaba mejorando sus estadísticas no había razón para hacerlo.
Lo peor de todos estos dispositivos es que a largo plazo probablemente no tengan ningún efecto. Un estudio científico reciente mostró pocos indicios de que en realidad cambian el comportamiento.
Le pregunté a mi conocida si el ganador de la competencia de su oficina era un recién converso a caminar como resultado del dispositivo. No, me dijo ella, era alguien que tenía un galgo.
Así que aquí está la respuesta. Si usted quiere caminar más, olvídese de Fitbit y cómprese un perro.